La casa de los libros es una casa de piedra que se encuentra justo a la entrada del pueblo.
Es la casa anhelada por todos, la que tu y yo hubiéramos querido poseer.
Cuando atraviesas el umbral entras en el mundo de las palabras, los libros te acompañan desde el jardín a la buhardilla, así como el que no quiere la cosa, guardados y expuestos, ofreciéndose a tus manos y a tu mirada. Incluso en cada peldaño de la oscura escalera reposa un montón de libros.
Cuando subes te quedas sentada en el cuarto escalón; el de los poemas de los niños, si llegas más arriba serán los folios de los últimos escritos del Vivero de relatos. En el desván los libros nuevos que acaban a de llegar esperan en sus cajas.
No se sabe muy bien el orden, es así y así siempre ha sido.
En la casa de los libros, el dueño es el guardián absoluto de las palabras, es el que te las da y te las concede para un rato, una hora o una tarde.
En la casa de los libros las paredes guardan en sus huecos pensamientos tan esénciales que solo al pasar por su lado los escuchas.
Estuve muchas veces en la casa de los libros, me hice amante del guardián de las palabras. Con él aprendí a descubrir en un paisaje, una foto o cien poemas, frases que podían ser importantes, que flotaban día a día en el jardín o junto al pozo. Juntos trasladábamos los libros de la escalera, soltábamos los versos de sus encierros o declamábamos discursos encaramados en la tapia del huerto para asombro del poni que pastaba.
Mucho lo amé y tengo que decirlo, pero fue tarde y triste, y triste y tarde, cuando descubrí que el guardián de las palabras dueño absoluto de la casa de los libros, se alimentaba de palabras ajenas, de vocablos precisos, de pensamientos profundos y de poemas. Pero a mí y quiero pensar que a nadie, le diría nunca esas palabras sencillas y claras que yo siempre estaría esperando.
Nunca mas regresé a la casa de los libros, nunca más volví a ver al guardián de las palabras. Así me sometí a este mundo cerrado, al papel y al lápiz, a mis libros. Recorrí de nuevo geografías de cartas, en donde sumergí aquellas palabras que nunca fueron declaradas y como refugio, habité en bibliotecas, donde siempre por más que me distraiga podré encontrar ese libro que siempre será mi consuelo.
Teresa Flores
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